El contraste arquitectónico entre particulares y el INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia) actualmente estriba, como todo el país, en la economía.
Cuando la gestión para una restauración es efectiva y eficaz, trátese del edificio que sea, combina la disposición y la solvencia de las partes.
Así vemos esta finca ubicada a dos cuadras de la presidencia, por la calle Hidalgo en Ahuacatlán, perfectamente acabada, adosada y con su insignia oficial como “Monumento Histórico del Siglo XVIII”; finca adjunta a casa del viejo personaje que fue don Crescencio Partida, presidente y tesorero municipal durante la época dorada del pueblo (aproximadamente 1880 – 1930); y de la no menos prestigiosa y solvente casa de Los Espinoza – Ulloa, ubicada también por la misma arteria vial —también cerca de la presidencia— en su contrastante abandono.
¡Vaya que los recursos económicos importan!, pero la disposición de las partes mucho más… El instituto sólo cataliza ambas corrientes.
NARRACIÓN DE DON ÁNGEL RODRÍGUEZ MARTÍNEZ:
Tenía 11 años don Ángel cuando sus padres rentaron la casa de don Chencho, por el año de 1960.
Un día el niño ya jugando en el corredor trasero encontró debajo de sus pesadas piezas de metal un viejo secretér (caja – baúl) con una hendidura al costado.
Cuenta don Ángel que al otear dentro de la hendidura, notó un brillo metálico, y que por curiosidad, luego de hallar un gancho, jaló por la rendija algunas monedas amarillas y un papelito que decía de puño y letra:
- — Yo, Crescencio Partida, dejo este bien a quien lo encuentre.
Luego de llevárselo a su papá y enterarse del hallazgo, lo reprendió y le ordenó dejar aquellas cosas dónde estaban, diciéndole que aquella casa no era de ellos para estar jugando en cosas ajenas.
Después de dejar la casa, se supo que el nuevo inquilino construía la propio en lo que parecía una nueva residencia.
¡Vaya historia! ¡A quién le va le va!
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