Francisco Javier Nieves Aguilar
Había una vez un pececito muy imprudente. Digamos que siempre le gustaba jugar con el peligro. El pez tenía una peligrosa adicción: Le encantaba jugar con los anzuelos de los pescadores y con las redes de los barcos.
Todo el mundo le decía que no lo hiciera, pues era demasiado peligroso; estaba jugando con su propia vida. Pero él, al igual que otros peces amigos que tenía, no le daba importancia a esto.
Un día, haciendo lo que le era de costumbre, se quedó enganchado en un anzuelo. Con desesperación veía cómo era llevado hacia la superficie.
Con mucha suerte –por así decirlo–, logró zafarse del anzuelo. Volvió a las profundidades del océano con toda la boca lastimada. Esto le sirvió de lección, pero no por mucho tiempo.
Pasado unas semanas estaba de nuevo en su apasionante y peligrosa adicción: jugar al escape con los anzuelos y redes.
Pese a la advertencia de los demás y a que varios de sus amigos que hacían lo mismo que él y dejaron, siguió neciamente haciendo lo que se le antojaba. Creía que nunca le iba a pasar.
Ahora, ese pez, ya no está en el mar. Se comenta que alguien vio cómo era atrapado por unas de las redes y extraído hacia la superficie.
Así y todo, siempre hay algún que otro pez que sigue haciendo lo mismo.
¿Por qué tenemos que jugar con cosas peligrosas para nuestra vida? Aunque a veces logramos zafar de nuestro fin, seguimos haciéndolo. Muchas veces nos comportamos como este pececito. ¿Hasta cuándo lograremos salvarnos?























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