Virtudes era una maestra muy singular. Sabía inventar cosas interesantes, crear cuentos y organizar expediciones. Jugaba con los niños y les hacía mimos. Por eso los alumnos no perdían un solo día de clase.
Un día, Apolinario Sosa llevó a su casa una nota. Sus padres que no sabían leer, le pidieron a su hijo que lo hiciera. La nota decía: “señores padres: Les informo que Apolinario es el mejor de la clase”.
Pero resultó que los 56 padres de los niños recibieron la misma nota. Cuando don Pantaleón recibió la nota dijo: “Vamos a hacer una fiesta porque mi hijo es el mejor”. Invitó a todos los compañeros de su hijo y a sus respectivos padres.
En un momento de la fiesta don Pantaleón invitó a levantar el vaso y brindar por su hijo porque era el mejor de la clase. Pero nadie levantó el vaso, todos se miraron unos a otros bastante serios. El primero en protestar fue el padre de Apolinario Sosa que dijo: “La maestra me escribió una nota diciendo que mi hijo es el mejor”.
Los otros padres también dijeron: “A mí también” … “a mí también”; y preguntaron: “¿Entonces, ¿la maestra nos mintió?”.
Virtudes, la maestra, al ver tanto revuelo pidió la palabra, mientras los demás tomaban asiento. La señorita habló así:
“Yo no he mentido, He dicho la verdad, verdad que pocos ven y por eso no creen. Voy a darles ejemplos. Cuando digo que Melchor es el mejor, no miento, a Melchorcito le cuesta la tabla de multiplicar pero es el mejor arquero de la escuela. Cuando digo que Juanita es la mejor no miento, porque si bien anda floja en historia, es la más cariñosa de todas.
… Y cuando digo que Apolinario es mi mejor alumno, tampoco miento y Dios es testigo que aunque es desordenado, es el más dispuesto a ayudar en lo que sea. Y aquella otra se enoja por cualquier cosa, pero escribe unas poesías preciosas. Y aquél es poco hábil jugando la pelota, pero es el que mejor dibuja. Y aquella no es buena en ortografía pero es la mejor de todas a la hora del trabajo manual. ¿Debo seguir explicando? ¿Acaso no entendieron?”.
Todos habían ido bajando la mirada. Los padres estaban más serios. Los hijos sonrían contentos. Poco a poco cada uno fue buscando a su hijo y lo miró con ojos nuevos. Porque siempre habían visto solamente los defectos y ahora empezaban a darse cuenta que cada defecto tenía una virtud que le hacía contrapeso. Y que es cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor.
Cuenta la historia que el dueño de la casa, don Pantaleón, rompió el largo silencio y dijo: “¡A comer!, ¡la carne ya está a punto y el festejo hay que multiplicarlo por cincuenta y seis!”.
Cuando aprendemos a estimular a las personas, conseguimos grandes cosas, porque los defectos cuando se reprochan es contraproducente, en cambio cuando vamos ayudando a describir las virtudes, se logra que los demás avancen y progresen más y más en todo sentido.
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