UNA TRADICIÓN DE LOS HERMANOS REA
Los niños de ahora tal vez no lo sepan, pero hubo un tiempo en que la leche no se refrigeraba ni se vendía en galones de plástico. No se expedía con etiquetas para identificarla si estaba pasteurizada, deslactosada o light. La leche era leche y punto.
Mi mamá tenía entonces un valdecito anaranjado donde cada mañana me mandaba a una finca de la calle Morelos en Ahuacatlán. Allí estaba doña Ruperta, una señora muy seria pero al mismo tiempo atenta y hacendosa. Muy hacendosa.
Su hijo mayor me contó hace un par de días que quedó viuda joven… Era el siete de enero de 1960 cuando don Jesús Rea Ortiz, un arriero originario de San Marcos, Jalisco, acababa de llegar de Guadalajara donde fue a atenderse de un mal que le aquejaba. Con ayuda de un amigo, Jesús Rea regresó a Ahuacatlán, como se lo había dicho a sus hijos, para morir en su pueblo.
Esto, evidentemente, trastocó a la familia Rea, especialmente a Ruperta Sojo Arciniega, quien tenía a cuestas la responsabilidad de sacar adelante a sus nueve hijos: Mateo (+), Nacho(+), Herminia, Teresa, Concha, Domingo, Lupita (+), María de Jesús (+), y Chuy, quien nacería después de sepultar a su padre.
Más tarde murió Lupita, cuando todavía era una chiquilla, producto de un accidente donde sufrió una quemadura y que obligó a la familia a mudar su residencia temporalmente al pueblo donde vivían sus abuelos maternos, don Juan Sojo y doña Pomposa Arciniega.
En Heriberto Jara – donde permanecieron muy poco debido a que no había condiciones para salir adelante – los mayores de los hermanos Rea se iban a ordeñar vacas, y, regularmente, trabajaban en distintas labores del campo. Tres de ellos aún continúan con esa tradición. Desde la cinco de la mañana, dice Mateo, se ponen de pie para subirse a la camioneta, una Dodge beige de redilas que adquirieron en agosto del 84.
En ella acarrean la leche calientita desde un potrero que se ubica casi a la mitad del camino que va a La Campana, cerca del “Molino Viejo”. Pero tiempo atrás, indica Mateo, transportaban el lácteo en unos botes que amarraban a unas yeguas o caballos.
Doña Ruperta los esperaba en su casa con una cubeta de peltre azul y un vaso medidor llamado “litro”. A veces sus hijos se retrasaban y teníamos que hacer fila. De esa olla, de 40 litros, doña Ruperta sacaba la leche y me la servía en la cubetita color naranja que yo llevaba para el desayuno y la cena. Recuerdo que mi mamá la hervía para dársela a mi papá con todo y nata. De modo que cuando no teníamos para la panela o el queso, mi viejo se preparaba unos tacos de nata que se saboreaba para que yo los probara sin respingo.
- La historia de la familia Rea en Ahuacatlán inició con la migración de Mateo Rea y Herminia Ortiz de San Marcos, la cuna del ganado y la leche que se comercializa con el mismo nombre, circunstancia que, cabe decir, es accidental en esta narración.
Es éste mismo Mateo el arriero del que se cuenta tenía varias yuntas de bueyes que facilitó para el acarreo de piedras con las que se construyó el templo de La Inmaculada.
Los Rea empezaron a crecer, y entre ellos Jesús, quien heredó diez yuntas de su padre para rentarlas. En una de esas que se encontró a Ruperta, y así fue como unieron sus ganados, porque además de unirse en matrimonio, los padres de Ruperta también tenían unas vacas que poco a poco han pululado.
Son estas mismas vacas las que los hermanos Rea las alimentan a diario con buena pastura, silo y otras yerbas que dan buena leche, sobre todo en la temporada de lluvias, cuando las vacas están más cargadas. Llueva, truene o relampaguee, “muérase quien se muera”, los Rea se encargan de que los animales estén bien atendidos. En enfermedades, por ejemplo, se tienen que turnar.
Con esta leche salen los mejores quesos, panelas, requesones y jocoque de Ahuacatlán. Concha Rea, quien conserva la tradición de su madre, doña Ruperta, indica que los ingredientes son iguales, pero la fórmula magistral radica en “la mano”.
Qué extraño. Algo tan peculiar como una mano caliente, fría, pesada o liviana, hacen la diferencia al momento de preparar las panelas y los quesos. Además, claro, que no se les corta con agua. Porque eso sí, indica Chuy Rea, “nuestra leche no lleva nada de agua”. De hecho él mismo se la toma recién ordeñada. “Hasta un litro de leche bronca al día me tomo”, refiere.
Hogaño la gente ya no acostumbra la leche de vaca. Porque esa que venden en galones me late que ya pasó por tantos filtros como si fuesen estómagos. A nosotros nos llega una leche de vaca depurada.
Doña Ruperta ya no está para vendernos la leche íntegra, como lo fue ella hasta el 12 de octubre del 2003 en que murió. Empero, allí quedan su molde para hacer quesos, su olla y su tarro lechero. Yo, por mi parte, lamento haber perdido aquel valdecito naranja.
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