Cansados y sin dinero; ¡Pero “hay” vamos”!, a Plaza Galerías a ver las ofertas del “Buen Fin”, aprovechando la visita que hicimos a Guadalajara para ver a mis nietos Yaki y Juanito.
Me cai que la traía de malas. Por principio de cuentas partimos a la perla tapatía con más de una hora de retraso, situación que nos obligó a modificar los planes.
Conté lo que nadaba en mi bolsillo y pude animarme a pagar la primera caseta; la de Plan de Barrancas específicamente. Quisimos ahorrarnos la segunda caseta, pero el remedio resultó peor que la enfermedad como decimos en el lenguaje coloquial, pues tan pronto como pasamos El Arenal, una maldita varilla se le encajó a la llanta trasera del lado derecho.
La Explorer empezó a tambalearse al instante; disminuí la velocidad, pero, dadas las condiciones de la carretera, continué la marcha hasta detenerme cien metros adelante.
Un gondolero me dio un “ráid” a una llantera que afortunadamente se encontraba cerca. “¡Uh no!, su llanta ya no sirve – me dijo el llantero – se le trozaron las cuerdas por venirla rodando”. No hubo más remedio. Tuvimos que ponerla la refa, ¡Otro gasto más!; así es que llegamos con tan solo unos cuantos pesos a Guadalajara
Ya por la tarde noche fuimos a Plaza Galerías. Nos trepamos a la camioneta de mi yerno ¡y allá vamos!, todos apeñuscados, pero con la idea de distraernos un poquito…
Nos adentramos por entre los pasillos y de pronto imaginé que estaba en algún centro comercial gringo, ¡Puras tiendas con nombres gabachos!… La gente igual, vestida con ropa de marca. Creo que los únicos nacos éramos nosotros.
Por pura curiosidad nos introducimos a un negocio conocido como “Best Buy”. ¡Uh!, ¡Cuánta suntuosidad!… La gente comprando aparatos sofisticados. Yo le dije a César, “esto es para volverse loco”, mientras removía los 40 pesos que bailaban en mis bolsillos.
Después visitamos Wal-Mart, Cosco y Liverpool; ¡Pero nada más para pasar el tiempo! y para ver cómo la gente aprovechaba “El Buen Fin”.
“Pero hija, me voy a entusiasmar, y la verdad, tu hermano entra a la universidad y hay gastos muy fuertes, escuché decir a una mujer rubia, mientras se dirigía a Liverpool.
Recargado en un pilar, conversamos con un hombre cuarentón quien esperaba a su esposa; y él me contó que había sido su plan comprar un refrigerador cuyo precio normal ronda en los cuatro mil pesos, en Aurrerá; y en cinco mil 400, en Coppel.
Por eso, el sábado acudió a las ofertas del Buen Fin, ahí mismo, dándose cuenta que los precios estaban re etiquetados, aunque su costo era exactamente el mismo. ¿Y las ofertas?
El hombre en cuestión aseguró que al pasar a ver otra vez los refrigeradores leyó una etiqueta que decía: “¡Oferta!; rebajado de $5,400, a $3,990; es decir, inflaron el precio de un día para otro, y al final su mega oferta quedó ¡En diez pesotes!
Total… nosotros seguimos “mirujiando”. Llegó el momento en que se me antojó comprar un pantalón Levis, ¡Pero no encontré ni uno en 40 pesos!
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