Profr. Ernesto Parra Flores
Las constantes lluvias de julio y agosto, me han motivado a escribir sobre las ocupaciones de los niños hace medio siglo, donde mucho tienen que ver las lluvias. Nuestros padres nos enseñaron a observar los movimientos, color y tamaño de las nubes para “adivinar” si podría o no llover y así, calcular el tiempo de trabajo o para ir buscando un refugio seguro.
La época de lluvias marcaba todo un estilo de vida para todos, especialmente para los niños que, sin pretexto alguno, teníamos que trabajar en el campo en todo el proceso de cultivo del maíz, frijol, cacahuate principalmente.
Si una tormenta nos tomaba en casa, aprovechábamos las “chorreras” de los tejados para darnos un buen baño. Quitándose la refrescante lluvia, competíamos con barquitos que veloces navegaban los arroyuelos callejeros o nos arrojábamos en carreras locas tratando de atrapar los ágiles, astutos e intrépidas golondrinas que siempre terminaban derrotándonos y agotando nuestros escasas fuerzas.
El domingo, único día que podíamos disfrutar con mayor libertad por respeto a la ley divina, después del trabajo cotidiano y obligado, en casa: Sacar agua del pozo, acarreo del agua de los hidrantes para llenar las tinajas. Asistir a misa de niños esperando tener suerte y no oficiara el Sr. Cura Casillas –solíamos disfrutar de un sueño en el sermón–, llegar al mercado y saborear los churros con Don Merced.
Desayuno dominguero_ Una pepena, un vaso de leche con calabaza o un colado de elote. Buscar a los amigos del barrio para ir a traer un tercio de leña –tarea diaria—y planear a dónde iríamos a gozar nuestro día de libertad.
Si había llovido mucho en la semana, el Rio Chiquito era nuestra meta, y allí, en el puente cerca del trapiche Menchaca, practicábamos el clavadismo, el buceo, la natación de competencia. El agua achocolatada fluyendo a carcajadas premiaba nuestro infantil alboroto obsequiándonos algunas frutillas robadas de los huertos que invadían su ribera: Guayabas, plátanos, limas y mangos.
¡Qué fiestas inolvidables nos regaló ese bendito puente! Nos protegía de los mirones o nos ofrecía espectadores furtivos para celebrar las piruetas o para emitir su risa burlona ante la descamada figura de nuestros deslavados cuerpecillos.























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