Artículo de Fco. Javier Nieves | El maldito Cáncer ganó la batalla
No; ya nada es igual. Sin ella todo lo veo gris. Solo miro sombras y nada parece atractivo, mucho menos gracioso. La amargura se apodera de mi. Creo que no va a ser fácil salir de este oscuro túnel. Mi corazón se marchita cada vez más. La herida sangra…y sangra… y sangra.
Escucho voces, risas… el trote de un caballo. Oigo al vendedor de elotes que, con su motocicleta, pasa por enfrente de esta casa donde todo es silencio, sombrío, lánguido…
Este lunes se cumplieron tres semanas que mi esposa “se nos fue”; pero pasan los días y veo que me cuesta mucho admitir mi realidad. Por enésima ocasión me sumo en una crisis emocional que solamente puedo atenuar un poco escribiendo o transmitiendo esto, aquello o lo otro para los seguidores de El Regional. Mi quehacer como comunicador es como “un escape” a mi dolor; comprobado lo tengo.
Lunes 22 de agosto del 2022. Fecha lúgubre para la familia. A las siete de la noche con 48 minutos de ese día exactamente, mi esposa lanzó su último suspiro. Ahí estuvimos son 5 hijos y yo. El maldito cáncer ganó la batalla; pero ella luchó como la mejor de las guerreras.
No; no fue su implante renal el causante de su final, sino este abominable tumor que le descubrieron a finales de diciembre del 2021. A partir de entonces inició la odisea, pero decidimos enfrentar ese flagelo con todo lo que estuviese en nuestras manos… Consultas médicas aquí, allá y más allá. Hospitalizaciones prolongadas y compra de medicamentos en un lado y en otro. En fin.
El Seguro Social se encargó de brindarle la atención médica. Creo que hubo una falla en uno de sus oncólogos, quien había determinado que no era candidata a quimioterapias, solo a radiaciones. Los protocolos del citado instituto mucho tuvieron que ver en todo esto… Ya habrá tiempo de hablar de este otro tema. Hay mucho material, ¡Me cai que sí!
Sí; los estudios dicen que había metástasis y que era portadora de un oncogen conocido como Her2; por eso debieron haberle indicado primero las quimios.; pero tal parece que ese resultado clínico no lo observó bien el oncólogo médico del Seguro Social.
El caso es que mi esposa no sobrevivió al cáncer. Ella descansa en el sueño eterno, pero ni hijos., nietos y yo, sufrimos su ausencia. ¡Cuánta falta nos hace! De pronto la vida cambia y es cuando también te das cuenta que… perdón. Es difícil evitar las lágrimas.
Despertar y no verla a mi lado, ¡Duele!…duele no poder preguntarle qué se le antojaría desayunar; qué apoyo ocupa para preparar la comida. Traer de la tienda de la esquina lo que a ella le gustaba; acompañarla al centro para comprar lo que se necesitaba. Entrar juntos al minisúper de con Jaime y mirarnos para ver qué hacía falta. Llegar a casa y ayudarle con algunas tareas del hogar…
No; ya nada es igual. Extraño mucho el olor a frijoles refritos, a chilaquiles y a huevos rancheros. No la veo preparando el licuado verde que con amor desmedido le entregaba a mi Cesarín. Aconsejando a Érika y a Javier, pasándole recetas de cocina a Anahí; preguntando por la salud de Omar y su preocupación por verlo siempre bien.
No quiero escuchar por ahora “El Manicero” porque se me formaría un nudo en la garganta. ¡Cuánto le gustaba bailar esa cumbia!… Me quedo con la frustración de no haberla podido llevar a un concierto de Marco Antonio Solís, su ídolo.
Mi Tachita chula… no pudo estrenar su vestido rojo que ella misma eligió en “Ley Álica”. Había concluido su proceso de radioterapias. 30 en total; las últimas cinco fueron de aceleración, con máquinas que por cierto fallan mucho. El proceso la desgastó notoriamente. A esas alturas le resultaba difícil ponerse en pie. Aún así nos pidió que la lleváramos a la mencionada tienda departamental.
Apoyada en nuestros brazos caminó directamente al pasillo de “damas” y ella misma lo escogió. ¡Precioso vestido!…un vestido que nunca estrenó. Pensaba encascárselo en su primera quimioterapia… pero el tiempo perdido en protocolos nos ganó. Entró en estado anémico y ahí finalizó el proceso de combate al cáncer.
Ese vestido rojo no lo encuentro. Por ahí debe de estar. Cuando lo halle lo voy a guardar como el más preciado tesoro. Mientras tanto déjenme llorar mi pena. El duelo proseguirá por el resto de mi vida…una vida que, sin ella, ¡Ya no tiene sentido!; aunque trataré de luchar por mis hijos, por mis nietos… ¿Lo demás? ¡Qué venga como venga!
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